Oslo, 31 de agosto
narra con gran lucidez la deriva de Anders, el relato de un día en la vida de
un joven toxicómano, atormentado, puro y autodestructivo, que está dando sus
últimos pasos en el tratamiento para escapar de su adicción, y que oscila entre
la esperanza de incorporarse de nuevo al mundo que dejó atrás (encontrar un
trabajo, volver a contactar con sus antiguos amigos, con su familia) y la
pulsión de muerte, que le llevará, en una de las primeras secuencias, a
intentar suicidarse en lo que parece un claro homenaje a Virginia Woolf. Un
viaje que muestra el talento de su director para evitar caer en lo fácil y el
retrato negro, sin matices. Un viaje hecho de fragmentos de su vida pasada,
charlas con sus amigos, sus amantes, su proveedor de droga, la entrevista para
un posible puesto de trabajo.
La película está basada en Feu follet, libro de Pierre Drieu La Rochelle, escrito en 1931,
cuyo protagonista se transforma en un joven noruego. Louis Malle ya lo había
adoptado en una película fechada en 1963, teniendo en común con el noruego
Joachim Trier, el hecho de convertir al protagonista en un exdrogadicto
aquejado de una profunda melancolía.
La película, sensible y desprovista de crudeza, sin
complacencia, se toma su tiempo para contemplar un hecho de triste belleza: los
últimos días del verano, las últimas horas vacilantes de una existencia. No
lanza un mensaje previsible sobre la droga y huye de la tentación de hacer un
retrato generacional de los treintañeros. Joachim Trier hace que su personaje,
que al comienzo de la película puede llegar a confundirse con un skinhead, se
mueva en un mundo que no es retratado como repugnante, sin asumir el punto de
vista de Anders, que piensa que todos los que le rodean han malgastado su vida.
La música se convierte en un espacio mental, acompaña la
actitud titubeante de Anders, su atracción por el vacío. El actor que transmite
perfectamente su angustia al tener que elegir entre continuar viviendo o morir,
transmite la seducción que ha podido ejercer anteriormente, antes de caer en la
drogadicción, y su fragilidad en el momento actual.
La película, segunda realizada por Joachim Trier, también
parece un homenaje a Oslo, mostrando su aspecto esquizofrénico, su riqueza
junto a la existencia de las drogas, sus habitantes a un tiempo soñadores y
encadenados. Trier mezcla imágenes en super-8, de archivo, rodadas en la calle,
donde sus habitantes comentan sus recuerdos y sus esperanzas, consiguiendo una
secuencia magnífica rodada en un café, en la que se establece un diálogo
sensorial entre el inconciente colectivo y Anders, que observa las mesas que
hay alrededor suya, interviniendo mentalmente en ellas, imaginando sus
consecuencias.
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