"El Infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio".

Italo Calvino. Las ciudades invisibles.

miércoles, 23 de junio de 2010

LA RABIA

De Albertina Carri ya había visto Géminis y Los rubios, por lo que sólo me faltaba La rabia para completar su filmografía y poder decir que toda ella está hecha sin concesiones, es audaz, provocadora, fuente de discusiones, algo pretenciosa y fútil. Quizás demasiado interesada en asustar a los burgueses y en ser incómoda a cualquier precio.

Al igual que en Géminis, donde, con una técnica más elegante que en esta brutal La rabia, hablaba del incesto, ahora brinda otra propuesta extrema, visceral, mostrada sin ningún tipo de reparo, como esa secuencia de la matanza del cerdo, ejemplo de la naturalización de la violencia que se respira desde la cuna en el campo, algo de lo que no se puede huir, con lo que se crece, y que es mostrada en toda su verdad, huyendo de la idealización de lo rural y de los que en él habitan, que siempre suelen aparecer como personajes nobles y comprometidos. Sobrevivientes, como los llama John Berger, desclasados en cualquier sistema político.

Albertina Carri nos regala momentos de fascinación y otros de repulsión, formando un conjunto tan afilado como bien engrasado, una mezcla en la que muestra a la vez la belleza del campo, la fealdad del alma humana y la inocencia infantil (mostrada esta última con el apoyo de una animación escalofriante muy lograda).

Como la rabia que contagian los perros, la violencia también se contagia, todos la van ejerciendo sobre otros, sobre el más vulnerable. El sexo casi animal, los dibujos de la niña (casi abstractos y que no interrumpen el ritmo de la película), la relación con los animales, todo es violento y crudo.


sábado, 12 de junio de 2010

ELEGÍA DE UN VIAJE






“En un principio había un árbol, un árbol en otoño…

Había perdido sus hojas,

pero aún tenía fruta para que comieran los pájaros”


Poema nocturno y onírico, viaje en primera persona, en el tiempo y en el espacio, que se inicia en un pequeño pueblo ruso y termina en el museo Boijmans de Rotterdam, patrocinador de la película, tras atravesar tempestades, mares ennegrecidos, rostros, bosques, carreteras iluminadas por los faros de los vehículos. Todas imágenes flotantes y suntuosamente encadenadas (montaje fluido y poético a lo Tarkovski, del que Sokurov siempre ha sido considerado heredero espiritual), siempre en movimiento pero con una calma propia de otra época, llevadas hasta el límite de la opacidad y que le permiten abordar, con exigencia y despojamiento extremo, asuntos próximos a lo indecible.

Una voz en off hipnotizante, la voz solitaria de un hombre que recuerda a la de El arca rusa, sobrevuela estas imágenes nostálgicas e irreales (esto sí una gran diferencia entre las dos películas), proporcionando un tono melancólico a sus recuerdos personales. Una relación religiosa con las imágenes, de gran poder evocador, que sin caer en el manierismo logra efectos ondulantes acordes con el clima onírico e irreal del relato.

La película se inicia con un árbol que ha perdido todas sus hojas pero que mantiene sus frutos. En los últimos minutos, ya dentro del museo, en un cuadro, filmado como los paisajes naturales que se han visto antes, bajo la luna, vemos un árbol en flor bajo la nieve. Sokurov protege las flores con sus manos en un intento de preservar la memoria colectiva, pasada y futura. Sólo el arte aporta el testimonio de lo que ha sido irremediablemente enterrado.


“A lo largo del trayecto en coche que nos lleva desde Rusia hasta el extremo de la Europa occidental, en todas las gentes que me encuentro, busco algo en sus ojos que me revele la alegría, la felicidad y el consuelo. Pero sólo lo pude encontrar en dos antiguos cuadros…”

Alexandre Sokurov

jueves, 3 de junio de 2010

LET'S GET LOST


Se ha vuelto a poner en circulación el fascinante documental sobre Chet Baker que realizó Bruce Weber hace veinte años y que montaba en 1987 cuando falleció. Al mismo tiempo reflexión sobre el culto a la imagen en Hollywood y retrato de una figura extraña y ambigua, logra atrapar la personalidad magnética de su principal protagonista.
No se trata de una hagiografía, no se trata de hacer de él un icono, aunque sea un homenaje, ya que, si al comienzo describa aspectos positivos del músico, rápidamente multiplica los puntos de vista. Sus amigos destacan su faceta inconstante, extraño a toda empatía; todos lo adoran y lo odian e insisten en su carácter manipulador.
Encuentro excepcional entre el fotógrafo de moda, rey del blanco y negro altamente contrastado, esteta, y Chet Baker, uno de los grandes trompetistas de jazz, que en la década de los veinte podría haber sido modelo de sus típicas imágenes para Calvin Klein, a lo James Dean.
La vida de Baker, como su música, fue tan triste como hermosa y la película de Weber, obsesionado con sus canciones tanto como con su imagen, con la representación plástica de su rostro devastado, la captura de forma extraordinaria. Aleatoriamente se mezclan portadas de sus discos, imágenes de conciertos, extractos de películas, entrevistas para la televisión, que podrían haber dado lugar a un film vulgar, pero esto tiene como hilo conductor lo filmado por Weber en presente, seis meses antes de la muerte de Baker. Y esto hace que la película levante el vuelo, mostrando como la muerte hace su trabajo. Drogas, mujeres cada vez más jóvenes que lo consideran como un dios griego, empresarios poco delicados, coches cada vez más lujosos en una atmósfera de dolce vita desbravada. La cámara participa de esta borrachera mostrando un mundo de apariencias en el que chirría el envejecimiento prematuro y terrible de Baker.

martes, 1 de junio de 2010

UNA CHICA CORTADA EN DOS


Chabrol, inmenso cineasta, describe cada personaje como un mundo extraño e inquietante y el personaje principal, que da título a la película, es el único que en el fondo tiene algo de inocencia, candor y sinceridad, lo que contrasta con un universo de personajes falsos envueltos en juegos sociales de enorme violencia, representantes de todos los tipos de burguesía: la hiperburguesía rica de Magimel y su madre, la burguesía media de la madre de Ludivine Sagnier, la burguesía de las gentes de la televisión, la burguesía intelectual a la que pertenece Berléand, la burguesía de los negocios…

El director francés, con negro pesimismo, habla sobre la falsedad del zoo humano que forma el mundo moderno: los nuevos ricos y las dinastías aristocráticas, el mundo político y el de la televisión, difícilmente de la clase obrera, que nunca le ha interesado mostrar. Película viva, como su personaje principal, que incluso en la adversidad no se compadece de sí misma y que en la última secuencia, de profunda melancolía, muestra una suerte de resistencia distanciada.

La chica cortada en dos permanecerá en la filmografía de este gran diseccionador de las pasiones humanas como uno más de esos retratos de mujer que ya ha realizado (Violette Nozière o Betty).