Los apicultores aman su trabajo,
tienen una relación erótica con las abejas.
Esto los acerca a los artistas.
Theo Angelopoulos
Película ambiciosa y lírica, interpretada con introspección por Marcello Mastroianni que admirablemente hace suyo el personaje de Spyros, nombre del padre del director, hombre poco comunicativo que decide dejarlo todo por un viaje épico al volante de su camioneta, que le permita reconstruir lo que hay demolido en su vida, lo que le lleva a decir, en una frase de longitud poco habitual en él: “Si alguien me pregunta ¿quién eres?¿qué deseas? Nada, nada. Sólo estoy de paso”.
Spyros fracasa en su intento de reconectar con la humanidad, él que ha vivido intensamente en años anteriores, un hombre de hoy con un pasado detrás. Este fracaso se materializa en su relación con la promiscua joven autoestopista, perfecta negación de cualquier clase de memoria histórica, que lo acerca más a su final anunciado.
El apicultor es un retrato profundamente melancólico y sombrío del aislamiento y desarraigo del alma humana que hace pensar en Antonioni y su El desierto rojo, un testimonio implacable sobre el vacío existencial. Angelopoulos restringe su campo de visión a un personaje único en plena deriva existencial que atraviesa por última vez una Grecia que no comprende, sustituyendo su acostumbrada reflexión sobre la muerte de las ideologías, sirviéndose de una saga social, por esta elegía individual, sin por ello perder su capacidad para el lirismo, como en esa magnífica secuencia final, ese gesto de desesperación.