"El Infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio".

Italo Calvino. Las ciudades invisibles.

domingo, 10 de enero de 2010


No es la primera vez que una estrella cinematográfica pasa de forma rápida un tiempo en un país marcado por la desgracia. George Clooney estuvo en Sudán, Angelina Jolie en Camboya. Los cineastas libaneses Joana Hadjithomas y Khalil Joreige llevan a Catherine Deneuve, que se interpreta a sí misma, al sur del Líbano, algunos meses después de que la región halla sido devastada por los combates entre Hezbollah y el ejército israelí.
Todo nace de la petición formulada por la actriz en la pantalla: “quiero ver”. Y este film simple en su dispositivo, que no es ni ficción ni documental, sino más bien un ensayo, entre la ligereza y la gravedad, trata de responder a esta exigencia. Es un film que confronta con delicadeza dos experiencias, la del libanés que regresa a su región natal, y la de la parisina que ve lo que quiso ver, el paseo de Rabih por el barrio de su abuela, destruido por las bombas israelíes, y el paseo de Catherine Deneuve por un camino que lleva a la frontera líbano-israelí, que necesita de un acuerdo diplomático-militar entre los dos países.
Presupuesto microscópico, sin guión, sólo el frágil intento de captar lo imprevisto entre el libanés y la francesa, el desconocido y el icono. Una mujer, un hombre, un coche, paisajes y personas. El encuentro de Ten de Abbas Kiarostami y Alemania, año cero de Roberto Rossellini.